lunes, 11 de abril de 2016

Atrapado en las redes de la araña

Hasta hace bien poco, del techo del salón de mis padres colgaba una enorme araña, una de esas antiguas lámparas de bronce con varios brazos y florituras rococó, cristales colgantes que atrapan la luz y la descomponen entre sus facetas creando suaves colores que se proyectan sobre las paredes, largos y estrechos casquillos para las bombillas simulando ser obsoletas velas de cera y, como no, una punta asesina como remate en su parte inferior.

Atrapado en las redes de la araña
Espécimen de araña asesina - Dominio Público

Un día que mi primo Jesusín, el fotógrafo, había venido de visita con toda su familia, cogí en brazos a su hijo mayor, Dani, que entonces no tendría más de 4 ó 5 años, y lo alcé en volandas sin percatarme de que estábamos situados justo debajo de la lámpara. Fue un momento espeluznante, un frágil cráneo infantil golpeando duramente contra una punta metálica. Nos quedamos todos completamente horrorizados, y mi sobrino segundo se puso a llorar desconsoladamente mientras le examinábamos con urgencia la zona del impacto en busca de sangre. Afortunadamente, el extremo de la lámpara estaba lo suficientemente desgastado y romo como para provocar una herida abierta y todo quedó en un gran susto y un pequeño chichón. Desde entonces, siempre que me dispongo a elevar por encima de mi cabeza a algún niño en un espacio cerrado, lo primero que hago es comprobar que no haya ningún obstáculo peligroso sobre nosotros.

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