viernes, 10 de junio de 2016

La niña del orinal

Hoy en día sería impensable, pero antes las cosas eran distintas, sin tanta burocracia, controles, restricciones y prohibiciones, que hubieran impedido a mi madre traer a casa durante un fin de semana a ninguno de los niños que estaban a su cuidado bajo tutela gubernamental. No fueron muchas veces, de hecho sólo recuerdo dos, pero seguro que fueron un soplo de aire fresco para la monótona y restringida existencia de aquellas pequeñas almas.

La niña del orinal
© Ceridwen - Wikimedia Commons

Uno de ellos era un niño que, aunque suene cruel decirlo, me recordaba enormemente al teleñeco Animal en su versión bebé. Era como un monito, delgado, de largas y finas extremidades y una cabeza grande y redonda aderezada por un poblado ceño cejijunto. El hecho de que su garganta sólo emitiese sonidos guturales tampoco ayudaba demasiado. Por lo demás, era un chico muy alegre y cariñoso. Años después lo vi ya convertido en una persona adulta y, aunque aún se podía reconocer en él a aquel divertido personaje de trapo, había cambiado enormemente transformándose en un joven normal, perfectamente integrado en la sociedad.

También hubo una vez una niña de visita en nuestro hogar. La única imagen que guardo de ella es ver cómo nos seguía por el pasillo de casa camino del salón. Solo que en lugar de ir andando o gateando, se movía arrastrando el orinal en el que estaba sentada para hacer sus necesidades. No recuerdo nada más, ni su nombre, ni su aspecto físico, ni ninguna otra característica que me hubiera permitido reconocerla en un futuro. Lo que dudo seriamente es que en la actualidad siga empleando ese medio de locomoción.

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