viernes, 3 de junio de 2016

Pederasta al acecho

En el pasaje comercial situado en las entrañas del edificio Kasan había muchas tiendas pequeñas y algún supermercado donde solíamos abastecernos de los productos de primera necesidad, como pan, frutas y verduras, enormes tambores redondos de detergente Luzil, o algún pollo recién asado los domingos a la hora de comer. Al principio íbamos de compras acompañando a nuestra madre, pero pronto empezamos a realizar esa tarea por nosotros mismos, aunque para ello tuviéramos que cruzar en solitario las grandes avenidas que separaban la colmena de nuestra propia calle. Pero ese no era el mayor peligro.

Pederasta al acecho
© anothereye - Flickr

Apostado casi siempre junto a la arboleda situada a mitad de trayecto, acechaba a menudo un individuo bastante peculiar. De mediana edad, alto, delgado, desgarbado, con el pelo medio cano, largo y lacio, repeinado hacia un lado, y una expresión en la cara a medio camino entre desequilibrada y bobalicona. No sabías a ciencia cierta si estabas ante un pobre diablo al que le faltaba algún hervor, o algo peor. El caso es que solía acercarse a los chicos que andaban solos por la zona y les pedía que le ayudasen a cruzar alguna de las múltiples calzadas, mientras aprovechaba para agarrarse con fuerza a ellos y manosearles todo lo que pudiera.

Al menos esas eran las historias que corrían por el barrio. La verdad es que a mí nunca me tocó. Aunque también es cierto que en cuanto lo veía en la lejanía hacía todo lo posible por no pasar cerca de él. Por si acaso.

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