viernes, 24 de abril de 2015

Dos rombos

Hubo una época en que las películas no aptas para menores de edad, ya fuera por un exceso de violencia, por contener escenas subidas de tono o por cualquier otra excusa que se le ocurriese a las autoridades censoras de turno, se identificaban con dos rombos blancos en la esquina superior derecha de la pantalla. Era el momento en que los pequeños nos teníamos que ir a la cama si o si, mucho más imperativo que si te lo cantaba la Familia Telerín o años más tarde el monstruo Casimiro.

Dos rombos
Historias para no dormir

Pero éramos muy curiosos, ¿qué tenían de especial aquellas películas que no nos dejaban ver? Cuando mis padres ya estaban relajados en el sofá, pensando que estábamos dormidos en nuestras habitaciones, salíamos con sigilo y nos asomábamos a la puerta del salón para espiar entre penumbras las imágenes prohibidas. Era una aventura arriesgada que nos llenaba de tensión y adrenalina, pero al final resultaba siempre bastante decepcionante, porque la verdad es que no recuerdo haber visto nunca nada fuera de lo habitual.

Siendo ya más mayores, mi madre cambiaba de canal o apagaba la televisión en cuanto aparecía un cuerpo desnudo. Nunca entendí tanto puritanismo, como si no hubiésemos visto mucha más carne miles de veces en la playa, en revistas o incluso en los libros de ciencias del colegio. En cambio, era muy divertido observar y analizar la actitud de mi padre. Estoy seguro de que él realmente quería ver esas escenas, pero para aparentar que no estaba de acuerdo con su emisión y que no le importaba perdérselo, hacía comentarios jocosos en voz alta destinados a apaciguar a mi madre, del estilo de "¡esa va a coger frío!", mientras no quitaba ojo de la pantalla. Qué pillo, todo un maestro.

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