viernes, 3 de abril de 2015

Mudanza

Cuando mis padres nos comunicaron que nos íbamos a trasladar a vivir a otra parte de la ciudad, para mi fue un auténtico shock. De repente, de la noche a la mañana, iba a perder todo aquello que me importaba: mi casa, mi colegio, mi barrio, mis amigos, e incluso a mis primas-vecinas que eran como otras hermanas más. Esa noche lloré en silencio en mi cama.

Mudanza
© Fletcher6 - Wikimedia Commons

Pero poco a poco nos fuimos haciendo a la idea y asumiéndolo. De vez en cuando visitábamos el terreno donde estaban construyendo nuestro futuro nuevo hogar, en un descampado del naciente barrio al que llamaban Actur. Estaba ubicado en un enorme espacio abierto, en su mayor parte cubierto de dorados campos de cereales y salpicado por unas pocas casas aquí y allá. Todo un mundo nuevo por explorar y conquistar, y a sólo un tiro de piedra del río Ebro. No estaba tan mal.

Al final el cambio no resultó tan duro: el nuevo piso era más grande y tenía un patio de luces enorme donde nos peleábamos o jugábamos a la pelota, el vecindario estaba plagado de parejas jóvenes con hijos de nuestra edad con los que trabar amistades imperecederas, en el nuevo colegio había una gran camaradería y descubrí mi pasión por el atletismo gracias a la increíble labor del mejor profesor de educación física que ha existido nunca, Don Andrés Gracia, y qué decir de mis primas, bueno, mis primas siguieron siendo como de la familia.

Además, había otros motivos para consolarse. Por ejemplo, ese año hubiera tenido que cambiar igualmente de colegio, ya que La Jota estaba demasiado saturado y, tras el sorteo que hicieron entre las cuatro letras de cada curso para ver quienes sobraban, me hubiera tocado trasladarme al nuevo colegio que habían construído al final del barrio, La Estrella. Seguramente allí hubiera descubierto también el atletismo de la mano de otro gran impulsor del deporte rey, Don José Luis Morte, casualmente padre de una futura compañera de violín y buena amiga mía.

El mundo es un pañuelo. Y para demostrarlo aún más, la familia de mi mejor amigo, Miguel Ángel, también se mudó a vivir al Actur ese año, y aunque nos perdimos la pista una temporada, un buen día nos reencontramos durante las fiestas del barrio y retomamos nuestros viejos proyectos e inquietudes, comenzando asimismo mil andanzas y aventuras nuevas, como si las circunstancias de la vida no nos hubieran separado durante unos pocos meses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario