lunes, 20 de julio de 2015

Doña Urraca

Este no es un recuerdo cualquiera, es el "Recuerdo", con mayúsculas, esa historia que siempre acabamos rememorando entre risas en las reuniones familiares, la que dio pie al proyecto de recopilar y escribir estos retales de mi infancia, que poco a poco se han convertido, casi sin darme cuenta, en unas memorias casi completas de mi juventud.

Doña Urraca
© sandid - Pixabay

Estábamos jugando en la calle con mis primas, que habían venido de visita a nuestro nuevo barrio. Aburridos de permanecer cerca de casa atravesamos el pasaje que daba acceso a la calle adyacente, justo a la altura de la papelería. Delante del establecimiento había una zona ajardinada muy bien cuidada, protegida por una pequeña verja metálica de un palmo de altura, que además de albergar algunos árboles, estaba cubierta por un frondoso manto de tréboles de un verde intenso, donde algunas veces habíamos buscado infructuosamente el famoso trébol de cuatro hojas de la suerte.

Dentro del jardín había un niño pequeño jugando entre nuestros tréboles. Mi prima Ana le dijo que no podía estar ahí pisoteando y arrancando las plantas, y de repente, cuando ya nos habíamos dado la vuelta, el chiquillo se echó a llorar desconsoladamente como si le hubiéramos revelado que los Reyes Magos son en realidad los padres. Sorprendidos por su reacción, le miramos a él y nos miramos los unos a los otros como diciendo, "yo no he sido", "yo tampoco". Pero la madre andaba cerca y no tardó en encararse con nosotros, increpándonos y acusándonos poco menos que de haber pegado a su hijo, a lo que mi prima respondió que no le habíamos puesto una mano encima.

La señora, alta, delgada y de gran nariz aguileña desde nuestro limitado punto de vista, comenzó a decir que si el niño se quejaba era por algo, que éramos unos gamberros malcriados y Ana una maleducada por contestar a una persona mayor, pero cometió el error de terminar su retahíla con la coletilla "guapa, aunque de guapa no tienes nada". Y ni corta ni perezosa, sin pensárselo dos veces, mi prima la dejó perpleja al replicar "¡pues anda que usted, que parece una urraca!".

Antes de que la mujer pudiera reaccionar, y sin mediar una palabra, salimos corriendo como alma que lleva el diablo, desandando los pasos a través del pasaje y volviendo a nuestra zona de seguridad al lado de casa. Más tarde, cuando se disiparon los efectos de la adrenalina, rompimos a reír a carcajadas. Y, sólo por si acaso, tardamos algún tiempo en volver a visitar el jardín de los tréboles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario