viernes, 17 de julio de 2015

En la silla eléctrica

Después de pasar más de un año en el paro, mi padre encontró por fin trabajo como operario en una planta de Industrias Sobrino, una empresa familiar dedicada entre otras cosas al tueste, distribución y venta de frutos secos.

En la silla eléctrica
© soamplified - Flickr

Tenía sus ventajas, al igual que mi tío Pepe nos obsequiaba con golosinas de la fábrica de caramelos donde trabajaba, mi padre nos traía bolsas enormes de pipas de calabaza y todo tipo de frutos secos, que en casa siempre nos han vuelto locos. Pero también tenía sus inconvenientes. El dueño de la fábrica era un impresentable, un explotador autoritario al que le importaban más las pipas que las personas, el mantenimiento de sus instalaciones o el cumplimiento de las más mínimas medidas de seguridad.

Por culpa de esto último, mi padre estuvo a punto de morir electrocutado. Un día estaba manipulando una máquina cuando se quedó enganchado por el brazo, sufriendo una descarga letal que, según los testigos, le hizo brillar con todos los colores del arcoiris y mostrar al mundo entero su esqueleto, como si de una radiografía viviente se tratase. Por fortuna un compañero tuvo la suficiente sangre fría como para reaccionar adecuadamente y cortar el paso de la corriente, salvándole de una muerte segura. Mi padre estuvo de baja mucho tiempo, y a pesar de la rehabilitación, nunca ha llegado a recuperar el 100% de la movilidad que disfrutaba en ese brazo antes del accidente. Nunca volvió a trabajar en la fábrica, y en casa nunca volvimos a comer frutos secos de esa marca.

Guardando las distancias, puedo hacerme una ligera idea del dolor que debió de sentir mi padre durante esos interminables segundos, porque una vez yo también sufrí en mis carnes los efectos de una pequeña descarga eléctrica. Estaba en un cursillo de natación en las piscinas del parque de bomberos, acababa de hacer unos largos y estaba mojado fuera del agua aguardando mi siguiente turno, sentado sobre una larga bancada, cuando de repente, sin mirar, palpé algo que colgaba de la pared entre mis piernas. Fue como si me arrancaran el brazo de un tirón, un dolor muy intenso que recorrió toda mi extremidad colapsando cada terminación nerviosa en una súbita agonía. Afortunadamente, no me quedé enganchado. Donde debería haber estado la tapa de un registro eléctrico había unos cables sueltos y mal aislados que podían haber causado una desgracia mucho mayor que pasarme los siguientes minutos frotándome el dolorido brazo.

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