viernes, 10 de julio de 2015

El mejor amigo del hombre, ¿y viceversa?

"En aquella época aún vivíamos en el pueblo, y yo era todavía una niña pequeña, más joven de lo que sois vosotros ahora. Un día, uno de los perros mató a algunas gallinas, y mi padre me ordenó que lo sacrificara y me deshiciera del cuerpo para siempre. Sin pensármelo dos veces le até una cuerda al cuello, lo llevé a las afueras, lo ahorqué de un árbol y lo dejé allí colgado mientras regresaba tranquilamente a la civilización. Acababa de llegar a la puerta de casa cuando, de repente, apareció el perro correteando entre mis piernas, con la cuerda todavía colgando del cuello. Ni corta ni perezosa volví a llevarlo hasta el mismo árbol que antes y, asegurándome en esta ocasión de que el nudo fuera lo suficientemente fuerte, repetí el ahorcamiento. En el camino de regreso a casa eché la vista atrás de vez en cuando, sólo por si acaso, pero el perro no volvió de entre los muertos una segunda vez."

El mejor amigo del hombre, ¿y viceversa?
© albertojaspe - Flickr

Miguel Ángel y yo escuchábamos entre absortos, maravillados, divertidos y escandalizados a partes iguales, esta historia que nos contaba su abuela de vez en cuando en la cocina de la casa de mi amigo. Una historia rescatada de la memoria de otra época, de otro lugar, una historia surgida del hambre y la posguerra, de unas circunstancias que no alcanzábamos a comprender y que esperemos que no nos toque vivir nunca jamás.

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