lunes, 15 de febrero de 2016

Un diabético en la "familia"

Cuando eres joven, estás en forma y no tienes ningún achaque serio de salud, te sientes en la cima del mundo, invencible, prácticamente inmortal, y piensas que nada puede cambiar, que nada te puede afectar y todo va a seguir igual eternamente. Hasta que un mal día, directa o indirectamente, la realidad te pone en tu lugar. Puede ser un suceso sin vuelta atrás, como aquel compañero de clase de mi hermano Rubén que se ahogó en el río Ebro; o un simple recordatorio de que no somos máquinas infalibles diseñadas para funcionar durante eones, que en cualquier momento algo puede fallar, como el páncreas de mi amigo Miguel Ángel, que de la noche a la mañana dejó de producir insulina.

Un diabético en la "familia"
© brianjmatis - Flickr

Cuando me enteré de lo que le había pasado todavía estaba hospitalizado, asimilando la nueva vida que tenía por delante. Debía adecuar su dieta para no abusar de dulces y demás carbohidratos, hacerse una prueba del nivel de glucosa en sangre varias veces al día, pinchándose la yema del dedo con un aparato portátil no mucho más grande que un bolígrafo hipertrofiado, e inyectarse insulina en la barriga otras tantas veces, cuidando de no hacerlo siempre en el mismo sitio para no lastimarse demasiado la zona. La verdad es que, para ser una enfermedad crónica que le iba a acompañar el resto de su vida, se lo tomó bastante bien y se le veía animado. Hasta me enseñó con orgullo cómo se ponía sin la ayuda de nadie una inyección subcutánea.

Algún tiempo después, cuando empecé a sufrir mis primeras migrañas, Miguel Ángel insistía a menudo en que hiciera uso de su aguijonea-dedos para descartar una posible diabetes, pero yo siempre me negaba tajantemente, pues desde mi experiencia con la hepatitis unos años antes, ¡odiaba los pinchazos a muerte! Al principio estoy seguro de que lo hacía con toda su buena intención, pero creo que después disfrutaba viendo cómo me ponía blanco ante la posibilidad de sufrir una punción no deseada. Afortunadamente, los niveles de glucosa en sangre nunca han sido un problema para mi. Con lo goloso que soy y la poca fuerza de voluntad que tengo, sería todo un desafío dejar de consumir compulsivamente todo aquello que me gusta cuando se me pusiera a tiro.

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