lunes, 16 de marzo de 2015

A prueba de bombas nucleares

De vez en cuando, en el pequeño apartamento que teníamos en Salou, alguna insolente y audaz cucaracha se paseaba impunemente por el pavimento como si fuera la reina del lugar y todo aquel espacio vacío fuera una parte más de sus sombríos dominios. Y seguramente así era durante la mayor parte del año, cuando el apartamento estaba vacío y semiabandonado.

© alwbutler - Flickr

En una de esas ocasiones en que una descarada cucaracha irrumpió en nuestras vidas, alterando nuestras vacaciones estivales, mi madre se puso histérica pidiéndome a gritos que la aplastara antes de que se escondiera en algún rincón inaccesible. Pero hacía tiempo que yo ya no mataba insectos sin un buen motivo, así que, aún a riesgo de llevarme una buena reprimenda, me resistí a cumplir sus exigencias. Al final ocurrió lo inevitable, el coprófago logró huir cobijándose debajo de la lavadora y yo me quedé castigado toda la tarde sin salir, enfadado por un castigo que consideraba injusto, pero al menos con la conciencia tranquila.

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