miércoles, 18 de marzo de 2015

La venganza de la escalera mecánica

Cada mañana, al apearme de la línea 10 del metro, atravieso el intercambiador de Plaza de España y asciendo por sus interminables escaleras mecánicas hacia la conexión con la línea 3, camino del trabajo. Como es natural, por la tarde cuando salgo cansado de la oficina realizo el camino inverso, que resulta mucho menos cansino ya que, gracias a la gravedad, siempre ha costado menos esfuerzo bajar que subir.

La venganza de la escalera mecánica
© rhythmuswege - Pixabay

Un día acababa de empezar a trepar a buen ritmo por las escaleras mecánicas cuando, de repente, sin tropezar en ningún sitio ni recibir ningún empujón, perdí apoyo y caí de bruces hacia el suelo. Instintivamente extendí ambas manos para amortiguar el golpe, y aterricé con las dos palmas abiertas sobre el abrupto borde metálico de uno de los peldaños. El golpe fue duro, y el frío y vil metal se me clavó en la blanca y blanda piel dejando varias marcas rojizas y una pequeña punción sanguinolienta.

La gente que me rodeaba enseguida me preguntó si estaba bien. Si, gracias, sólo un poco magullado y con el orgullo herido. La escalera mecánica ni siquiera se disculpó, seguro que lo hizo a propósito, en venganza por tantos pisotones que le he propinado durante el último año y medio.

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