viernes, 6 de marzo de 2015

Por agosto, la codorniz en el rastrojo

Un día, mi padre llegó del trabajo cargando al hombro un enorme saco que no paraba de agitarse misteriosamente. Nos reunió a toda la familia en la pequeña habitación donde solíamos comer y, al abrir el fardo, de su interior surgió un amasijo de seres vivos que, en cuanto vieron la más mínima oportunidad de recuperar su libertad perdida, huyendo despavoridos en todas las direcciones posibles entre una nube de plumas y aleteos. Resulta que mi padre había estado haciendo unos trabajos en una granja de codornices y los dueños le habían obsequiado con unas cuantas aves para que nos diéramos un buen homenaje gastronómico. Hasta aquí todo perfecto, ¡si no fuera porque se las había traído vivas!

Por agosto, la codorniz en el rastrojo
© ariesa66 - Pixabay

Rápidamente cerramos la puerta del cuarto para que no escaparan por toda la casa, pero aún quedaba la laboriosa tarea de capturarlas y volver a meterlas dentro del saco. No fue sencillo, porque las codornices no paraban de moverse nerviosa y velozmente de un lado a otro de la estancia, encaramándose al armario, trepando por las cortinas, correteando por debajo de la mesa y las sillas, y lo peor de todo, ¡defecando por todas partes! Así que, cuando finalmente conseguimos atrapar a la última, comenzó una faena mucho más tediosa y desagradable, limpiar todo aquel desaguisado. El guiso fue el premio final, y aunque no recuerdo haberlo probado ni la receta, probablemente codornices escabechadas, seguro que estuvo riquísimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario