viernes, 20 de marzo de 2015

Comer hasta reventar, literalmente

Qué adorables nos parecen los cachorros y recién nacidos, independientemente de la especie animal a la que pertenezcan, pero especialmente si comparten nuestros propios genes. No cabe duda de que éste hecho está relacionado con algún tipo de ventaja evolutiva para garantizar que los padres protejan a sus crías, enseñándoles cómo desenvolverse con seguridad en el mundo hasta que puedan valerse por sí mismas sin ayuda. Aunque la supervivencia no está garantizada en ningún caso, si te falta esa guía puedes verte en serias dificultades antes de lo previsto.

Comer hasta reventar, literalmente
© dgoomany - Flickr

Hace muchos años alguien nos regaló un cachorrito de perro, de alguna raza empleada habitualmente para la caza, aunque no recuerdo exactamente cuál. Era una preciosidad, cariñoso, alegre, inquieto, de mirada inteligente y pelaje suave y sedoso. En definitiva, una auténtica monada. Pero en aquel momento mis padres decidieron que en casa no podíamos hacernos cargo de él, así que acordaron que mi tío Pepe se lo llevara al pueblo, Villafranca de Ebro, para que viviera al aire libre junto al resto de perros que tenía. Era una buena solución, porque así podíamos ir a visitarlo siempre que quisiéramos.

Por aquel entonces, mis tíos todavía no vivían de forma continua en el pueblo, aunque se pasaban a dar vuelta por la casa, el huerto y los animales al menos una vez a la semana. Mi tío Pepe les dejaba a los perros suficiente comida para los días que iba a faltar, y ellos mismos se encargaban de racionársela adecuadamente. Pero nuestro cachorrito no estaba acostumbrado a ese estilo de vida. La primera vez que se quedó sólo, sin supervisión humana, engulló con ansia voraz mucho más de lo que su pequeño estómago podía aguantar y reventó, literalmente. O al menos eso es lo que nos contaron. Que descanses en paz en el cielo de los perros.

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